Soy José Eduardo Faya Palomares, un ser humano imperfecto que quiere y se quiere. La docencia es mi pasión. Soy hijo, sobrino, cuñado, primo y amigo de docentes. Estoy aquí gracias a haberme encontrado con grandes maestros y maestras, en el sentido más amplio de la palabra: mi padre y mi madre, mi hermana, mis muchos titos y titas, mi hija, que es mi mejor “coach”, Ana Isabel Quijada, que me prestó otros ojos con los que mirar a mi alumnado, Marisa, que me ha enseñado todo el amor que cabe en un cerebro, Lolón y Alberto, que no te puedo contar lo que me han enseñado porque sería un “spoiler” y Alejandra, con quien sigo aprendiendo a desaprender para descubrir mi esencia.
Mi primer contacto con las aulas me vino como maestro del PROA (Programa de Acompañamiento Escolar), en el cole donde trabajaba mi padre (ahora que lo pienso, igual fue por enchufe) y tardé poco en convencerme de que aquello… ¡NO era para mi! Ahora entiendo la importancia de tener un buen maletín de herramientas antes de ponerte delante de un grupo criaturas entre las cuales hay unas cuantas que no tienen (a priori) el más mínimo interés en lo que pretendes contarles. Así que, ni corto ni perezoso, cuando acabó el curso me despedí de la pizarra y la tiza con más alivio que pena. Ahí empezó mi aventura musical como bajista en la orquesta Zodiako. Tres años llenos de experiencias que recuerdo con mucho cariño y que crearon un vínculo con los escenarios que mantuve durante años en bandas como Nöys, Beth Loring, Blind Hypothermia, SIGMA, Dirty Dogs y Carlitos Hojas, entre otras.
Imagino que se me olvidó el mal trago del PROA porque en cuanto terminé la carrera de filología inglesa (que compaginaba con la furgoneta y las verbenas) me apunté a la academia de oposiciones Juanjo Díaz, a la que años después volví como preparador junto con quien fue mi mentor, Miguel Ángel Arévalo, quien supo ver que mi única oportunidad para sacar plaza a la primera era emocionar.
Mis comienzos fueron difíciles, lo que me empujó a formarme en convivencia, gracias a lo cual empecé a ver otros resultados y a disfrutar mi trabajo con la adolescencia. Después de dos años me dieron mi destino definitivo en el IES Abula, de Vilches, donde pasé 11 años llenos de aprendizajes. Fue en 2018 cuando me llegó el “sartenazo en la cabeza” que lo cambió todo: mi primera formación en el PIIE. En el momento en que la inteligencia emocional apareció en mi vida supe que llegaba para quedarse. Ha llovido desde entonces y ahora soy una persona más libre y más feliz.
Seguidamente me formé como coach en la escuela TECOI de Sevilla y en el curso escolar 2020-2021 realicé el máster en Inteligencia Emocional y neurociencia de la mano de Alberto Ortega. Este máster me ha abierto las puertas para formar parte de este equipo y me ha hecho darme cuenta de mi verdadero potencial. Siento la inmensa satisfacción de haber podido favorecer que otras personas también experimenten esa transformación. He visto brillar los ojos de muchos y muchas adolescentes al descubrir de qué son capaces, al escoger llevar las riendas de sus vidas, al permitirse soñar, al darse cuenta de que están cambiando el mundo.
Durante tres años dejé las aulas para formar parte del Gabinete de Asesoramiento en Convivencia e Igualdad en la provincia de Jaén, un cargo que me conectó profundamente con mi visión. Después de este paréntesis volví a las aulas, en este caso al IES Huarte de San Juan, el sitio donde empecé como alumno. Estoy comprometido con seguir trans-formándome para trans-formar a quienes así lo escojan. Con ser un agente de cambio para un mundo más consciente, más libre, más valiente, más amable. Un mundo emocionalmente inteligente.